Señora

SEÑORA

Señora,
el instinto es terrible,
se aferra dentro y desangra,
flagela inmisericorde los pies
para que sean incapaces de lograr su cometido,
y así,
adentro,
no hay lugar para las lágrimas
que han construido mazmorras para ser libres,
para no entrometerse en alegorías vanas que contristan.

La lealtad fluye por la herida,
y nada enjuga el dolor que pulula fuera,
las miradas esconden un halo acusador,
como dedo en la llaga,
letales, como èbola.

Señora,
las lunas expresan su danza cíclica,
cada movimiento emula manías que socavan la virtud,
un cuarto menguante es tan soberbio,
que hiere,
desmadeja en los silencios,
canto niño,
desamparado y acunado por igual en mis miembros,
tuertos y fieles
a la austera calma que la sensatez brinda,
estoicos y alegóricos en la locura de las horas
que pasan y me dejan,
atrás,
donde ni usted,
ni nadie,
pueden hallarme.


Señora,
el instinto es cruel y despiadado,
difícil dominarlo,
como animal herido se agita,
en la inhóspita espera de que las cosas pasen,
pero solo son sucesión de días e ideas arcaicas,
cansadas de peroratas inútiles,
pero que bien desvían la atención de la dura realidad,
tan bien se vive en un mundo de sueños,
que aunque rotos,
son preferibles.

Pero no hoy,
señora,
hoy no,
experiencias oníricas han usurpado el vacío de la soledad,
el recuerdo de mis desmemorias,
lo que queda de este maltrecho cuerpo
enjuto,
hábitat de mis lamentos,
de mis emociones olvidadas,
excluidas,
si los días pasan y la noche llega,
señora,
no me abandones,
en este frío hostil,
copa imbebible del vino de mi tristeza.

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