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martes, 21 de mayo de 2013

Alter Ego






Alter Ego
Jose Correa


Acariciando su cuerpo vibrante, siempre colocado en el peor lugar, con excusa de inocencia en los ojos; me doy cuenta del frío, de mi incompetencia y de su inquietante presencia.

Me doy cuenta que estamos solas y con miedo de perdernos, una de la otra o de nosotras mismas.

Es ese miedo el que nos hace permanecer sentadas, quietas, desobedientes a las necesidades del cuerpo, llenándonos con el calor de las caricias que nos ofrecemos.

Preferiría no ver cuando se marcha, cuando me doy cuenta que me da su calor por un destello de luz  y que la única que siempre estuvo sola fui yo.

Llenaré mis oídos con la música deprimente de siempre hasta que vuelva y por un segundo me de su frío y la vea, la vea como una revelación.

Quitaré los ojos de ella y de mi misma, para olvidar.

Un día, recuerdo, cerré los ojos y juraría que se había ido, tenía miedo, pero, un alivio me recorrió, lo digo y no me avergüenzo.

Pensé: si se fuese, si no estuviese, ya no, ya no vería lo que ella me muestra.

Comencé a imaginar que no veía, que era ciega y algo feliz. Deliré, me estremecí, dancé en silencio mi felicidad callada.

Fue así, un brillo, iluminando todo lo que un día no vi, para después, cegarme.

Tuve frío y canté su pérdida, su muerte.

Decidí llenarme conmigo: la maté, se fue, no la dejé volver, murió de soledad, la maté; estoy ciega, danzo.

Debo confesar; me sentí innombrablemente sola pero gané, la maté… y sin embargo sigue aquí.


Lady Mefisto

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