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jueves, 29 de marzo de 2012

La hija de Nereo.





Yo, la hija de Nereo
la insaciable por experimentarte
por sacudir el embrujo de tus silencios encadenados
y adosarme a la brisa de tu rito en tiempos de entropía.

Yo, la que mejor te duele
entre el hirsuto viento que despeina
y mece a las mareas aletargadas de sustento
que hambre ni lamentos sacian.

La que nunca te dirá, al menos en palabras
todo el tormento que me embriaga vez tras vez
y la ilusión callada de tus formas que aún desconozco
y que imploro de hinojos a veces entre tus humores y los míos.

Herirte a veces quiero con todos mis fracasos
y en el entorno inédito de mi entraña jamás fecunda
invitarte a vivir
pero… qué es la vida sino remedo de nosotros
adioses inauditos, ausencias silentes y purulentas

desgastados estamos en medio

invitarte a vivir en todas mis letras
convidarte, al fin de mis muñones,
no hay piel que cubra, este engendro,
no hay consuelo que otee o pulule y se encargue de mis cargas
que figuran sobre el océano de mi inconsciencia
en los mares a veces llanos y a veces visiones inexpugnables
en esta esencia mística de la cual procedo.

Yo, la hija de Nereo
de batallas campales al pie de los siglos
blando y flagelo con esta bandera
mi cuerpo sumiso y obsceno y tuyo,
tuyo, aunque lo desmerezcas.

María Icónica


Imagen: Lee Ho-Ryon

1 comentario:

  1. Este poema también merece un marco. Se lo pondremos en el interior, una vez asumido.

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